viernes, 1 de abril de 2011

Pluma y Tintero: Platos


Allí arrodillado recordó la voz de su padre diciéndole después de una cena silenciosa y cargada de tensión que se llevara el plato y sus cubiertos al fregadero, los enjuagara y los metiera en el lavavajillas.

Su padre siempre había sido metódico y ordenado, características que había pasado a Alain sin darse cuenta. Así, mientras otros niños eran descuidados y tenían sus cuartos hechos un desastre, Alain siempre tuvo el suyo ordenado y limpio. Sus juguetes, juegos y libros, todas sus cosas, duraban más por el mimo con que las trataba. Siempre encontraba lo que buscaba en su cuarto y nunca se le perdía nada.

Era una suerte, puesto que ahora lo necesitaba, a diario.

Volvió a hundir el cepillo en el cubo con agua y lejía, volviendo a frotar la mancha del suelo metódicamente, de los bordes hacia el centro, sin dejar un centímetro, un milímetro sin limpiar. Así, pronto la mancha de sangre, enorme, se convirtió en una mancha húmeda en el suelo de gres y, con unos pases de unos trapos, en un mero recuerdo. De la mancha de sangre, no quedaba ni rastro.

—Y, ahora, a preparar la cena...

Alain revisó varios libros de cocina, impolutos, heredados todos de su padre. Tras un rato de ojear se decidió por un revuelto de carne y verduras, fuertemente sazonado. Una receta exótica, muy adecuada para la ocasión.

La cocina quedó rápidamente inundada por los olores de la comida, y el aspecto del plato no dejaba nada mal al cocinero, pues se veía aún más jugoso y apetecible que en el libro. Y el olor era, realmente, fantástico.

Alain dispuso la mesa. La vajilla buena, de porcelana china. Los vasos de cristal de bohemia. La cubertería de plata. Mantel y servilletas de seda. Velas. Un vino tinto, para acompañar al plato, que tenía más años que él. Pan hecho a mano, por el mismo.

Una cena de lujo.

Para acompañar a la comida, además, puso un disco de música clásica, que dejó bajito, para que se escuchase muy bajito.

Una cena ciertamente romántica.

Alain se sentó a cenar, disfrutando de cada mordisco, de cada sorbo, de la tranquilidad.

De la paz.

Cuando le preguntasen por Alicia, les diría que le dejó, por el musculitos del gimnasio. Dado que él era el último en enterarse de que le estaba engañando, nadie se sorprendería demasiado. De que le había abandonado.

Alain miró el plato y sonrió.

Bueno, no del todo. Aún tendría unas cenas muy románticas con Alicia.

Cuando acabó, mojó el plato y los cubiertos en el fregadero, antes de meterlos en el lavavajillas, con una sonrisa, pensando en unos filetes fibrosos, de carne magra.

Al fin y al cabo, si Alicia había huido con el musculitos, el también tendría que irse.

2 comentarios:

Nim dijo...

Que bueno, "Dexter mode on"

Nim dijo...

Aunque ahora que lo pienso con todos los esteroides y hormonas puede que el musculitos no le siente bien...