jueves, 27 de enero de 2011

Pluma y Tintero: Sacrificio

—A juzgar por lo que de esa dama he podido conocer, parece que, en efecto, ella y su Majestad están a un nivel muy distinto —comentó Rouen, de pasada—. Al parecer en su genealogía hay... sangre poco pura.

Pyotr soltó una carcajada.

—Eso es una manera muy suave de decirlo, amigo mio —Pyotr se volvió hacia las dos damas que los acompañaban en el saloncito—. Se rumorea que su abuela tuvo un romance ilícito con un criado, mientras su esposo estaba en la capital.

Christine y Marianne soltaron unos pequeños gritos consternados.

—¿Sangre plebeya? ¿Y se les permite permanecer en el Consejo? —preguntó Christine.

Rouen se sentó junto a ella, agitando suavemente el contenido de su copa, un vino con tantos años como él.

—Querida mia, es una mera cuestión política. Por mucha sangre plebeya que tengan...

—O quizás debido a ella —acotó Pyotr.

—O quizás debido a ella —acordó Rouen—, bajo su estandarte se reunen numerosos guerreros, de sangre plebeya y fuertemente leales. Y nadie quiere renunciar en el Consejo a la fuerza de sus tropas, por si acaso.

Christine miró a Rouen.

—Aún así, que se les permita casarse dentro de las familias del Consejo... es... aberrante... Están manchando la pureza de nuestra sangre, la legitimidad de nuestro linaje... la misma esencia de la nobleza.

Pyotr alzó una ceja.

—De todos modos, querida mia, hay rumores aún peores —Pyotr sonrió ante la cara de espanto de Christine—. Rumores sobre asesinatos, torturas y cosas que harían que una dama educada, como vosotras, se desmayase y no quisiese volver a despertar.

—Tonterias—musitó Rouen.

—Totalmente de acuerdo. Ya se sabe que los rumores son como las bolas de nieve, cuanto más ruedan...

Rouen se tambaleó y parpadeó con fuerza. Su copa se estrelló contra el suelo y la siguió el cuerpo del noble, que empezaba a toser sangre por boca, escurriendo ésta también de nariz y oidos.

Pyotr se abalanzó sobre su amigo.

—¡Rouen! ¡Avisad a un médico! ¡Avisad...!

Al girarse hacia Christine la encontró sentada, inmóvil, con la garganta abierta de oreja a oreja y una expresión de sorpresa en sus ojos sin vida. La sangre manchaba su vestído de seda rosa, haciendo juego la sangre con el color de éste de una manera extrañamente morbosa.

Marianne se giró hacia Pyotr, mientras limpiaba su daga en un pañuelito bordado, con una expresión vacia y sin sentimientos en el rostro.

—Lady Sheforah os envia saludos, Rouen de Angelac.

Rouen dió un paso hacia Marianne, lleno de ira, pero las piernas le fallaron y cayó de rodillas.

—Marianne... tu perra...

—Mary. Y no soy noble, solo soy una plebeya. Una que quiere mucho a su señora —Marianne puso el cuchillo en la mano de Christine—. Y que, al contrario que vosotros, conoce la autentica lealtad.

Marianne cogió otra copa, mientras observaba como Rouen moria por efecto del veneno.

—Y el sacrificio.

Marianne vació su copa de vino de un trago, cayendo al poco en la alfombra, junto a Rouen.

Los enemigos de su señora habían sido eliminados.

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