martes, 22 de febrero de 2011

Pluma y Tintero: Respeto


—Tú no los respetas mucho, porque eres joven y arrogante. Pero yo tampoco los respeto mucho, porque soy viejo y sabio.

La muchacha siguió a su maestro, con los brazos llenos de libros y pergaminos varios. Pese a ir apoyándose en su bastón, el anciano de larga barba cana avanzaba a un paso que a la chica cargada de utiles de estudio le costaba seguir.

—Entonces... ¿quien debería respetarlos, maestro?

—Todos, tu, yo... y sobre todo ellos. Sobre todo ellos, ya que para ser dignos de respeto deberían respetarse a sí mismos. Alguien que se respeta a si mismo no hace cosas por las que otros puedan perderles el respeto —el anciano bufó—. O, al menos, no la mayoría de ellos. Se vuelven arrogantes, cada dia más. Orgullosos de su poder, de su inteligencia, de su complacencia. Han olvidado que querían acumular poder, que querían saber para ayudar a los demás, no a sus propios objetivos.

—¿Está mal, entonces, tener objetivos?

El anciano se volvió y golpeó a la chica en la cabeza, provocando la caide de libros y pergaminos cuando ella se llevó las manos a la cabeza, al lugar golpeado, donde ya se empezaba a formar un pronunciado chichón.

—¿Maestro? ¿Qué he hecho mal?

—¿Por qué quisiste estudiar conmigo? ¿Por qué me buscaste?

—P-para buscar a los asesinos de mi familia.

—¿Por venganza?

—¡No! Solo quiero... detenerlos... impedir que hagan a otras familias lo que le hicieron a la mia. ¿es eso malo?

—Por supuesto que no... es tu objetivo, no el de esos... idiotas. Y, sin embargo, es un buen objetivo, siempre que no te dejes llevar por la venganza. Un objetivo que te impone una serie de metas, que vas logrando poco a poco.

—¿Entonces, cuando vuelvan a suspenderme...?

—Aprendiste a leer las runas, con la maestría de alguien que lleva años, sino siglos, dedicado a su estudio.

—Y me suspendieron.

—Aprendiste a dominar el fuego, como si hubieses nacido de las entrañas de un elemental.

—Y me suspendieron.

—Sabes el nombre de más plantas de las que crecen ahora en el mundo, sus usos, su forma de cultivarlas y dónde puedes encontrar cada una de ellas, o donde se encontaban cuando existian.

—Y me suspendieron.

—Y, de todo esto... ¿qué has aprendido?

La muchacha recogió los libros, mientras pensaba en la respuesta correcta.

—Cuanto más me rechazan ellos, cuanto más me humillan y exigen por ser una mujer, más aprendo.

El anciano asintió, echando a andar de nuevo.

—Y, cuando por fin ellos te admitan, por saber todo lo que te pidan que sepas, ¿sabes qué pasará?

—Que no tendré nada que aprender de ellos.

El anciano asintió, con una enorme sonrisa.

—Por eso yo no los respeto, ni tu tampoco. Por eso ni ellos mismos se respetan.

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