Desgraciadamente, por problemas de tiempo no pudimos llegar a lo alto del puerto, donde había un mirador desde el que, en dias despejados, se puede ver hasta Santander.
Al bajar el puerto tuvimos que hacer una parada, pues un potrillo salvaje se había despeñado y,con la ayuda de un lugareño, comprobamos que el pobrecillo había muerto. Tras una llamada al 112 llena de tristeza, para que retiraran al pobre animal, regresamos a comer a la posada.
Alli nos esperaba un cocido cántabro, con sus alubias, su morcila y demás. Baste decir que, tras lo del potrillo, mi apetito era casi nulo.
Tras descansar la comida emprendimos el viaje de vuelta. Cabe decir que, tras la exhuberancia vegetal y montañosa de Cantabria, las llanuras de castilla nos parecian vacias y yermas. Aún así se las podía encontrar cierto encanto, al fin y al cabo, el hogar es el hogar.
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