Esta noche está helando. En el cielo despejado puedo ver la luna, llena, perfectamente redonda, con un tono amarillento debido a la contaminación. No debería ser así, debería ser de un blanco puro. También debería ser capaz de ver gran cantidad de estrellas pero, entre el brillo de esa luna enferma y de las luces de la ciudad, me es imposible.
Con un suspiro vuelvo mi atención al portal de ese edificio, la pequeña entrada a una monstruosa torre de acero y cristal de setenta pisos. Sin querer mi mirada se alza de nuevo, en dirección al último piso, al ático donde sé que ella se está preparando para salir, una noche más.
Pero esta no es una noche más. Esta es la noche, lo sé. Esta noche terminarán dos semanas de ardua vigilancia, de seguirla sin que se percate de mi presencia, de memorizar sus gustos, sus hábitos, sus costumbres. Todo.
Puedo recordar con perfecta claridad el momento en que la vi por primera vez. Unos amigos habían logrado colarme en ese local de moda, el "Sharpless". Aún no sé cómo dejaron entrar en el local a un tipo ttan anodino como yo, completamente diferente a esos adonis musculosos, enormes, que parecen haber salido de un sueño femenino subido de tono.
Permitid que me presente, me llamo Hank. Un nombre, muy a mi pesar muy común, pero el que me puso mi padre al nacer. No era un hombre imaginativo, que le vamos a hacer. Tengo ventisiete años y trabajo en una librería, como dependiente. Un trabajo aburrido, que casa perfectamente con mi aspecto; pelo castaño, ojos marrones, delgaducho... como ya dije antes, anodino.
De seguro que ha sido esto lo que, tras dos semanas de seguirla, aún no haya reparado ni remotamente en mi. Soy uno más del montón mientras que ella es perfecta, lo que muchos llaman un mito erótico.
Esa noche en el "Sharpless" se hizo evidente cuando entró en el local, con aquel vestido negro que tan poco dejaba a la imaginación, esos ojos grises brillantes, su piel blanca y suave y esos labios rojos como la grana. Nada más verla me sentí atraido sin remedio, como todo varón, y alguna mujer, presente en el local.
Su atención se desviaba irremediablemente a los hombres más apuestos o, en su defecto, a los que exhibian mayores signos de riqueza. Me hice una idea clara de a qué jugaba con esos tipos.
Cuando pasó a mi lado sin siquiera mirarme, dejándome tan solo con el recuerdo de su olor, supe que tenía que hacer. Estaba decidido.
Asi que durante durante dos semanas la seguí, primero a los lugares que frecuentaba y después, con lo que yo creí una suerte increible, la seguí hasta aquí, su apartamento, su refugio, su santuario frente al mundo normal, que ella se negaba a rozar por considerarlo obviamente inferior. Para ella yo entraba en ese mundo, no merecedor de palabra alguna, siendo olvidado tan rápidamente como era visto.
Debo dejar de divagar, pues ahí sale. Perfectamente vestida, maquillada y peinada, una diosa entre meros mortales.
Una diosa a la que he pinchado las ruedas de su flamante deportivo.
Mira las ruedas, entre confundida y enfadada. En su cara puedo leer claramente que no concibe que algo asi pueda pasarla a ella. Su orgullo puede con ella.
Tal y como pensé, echa a andar. Uno de sus locales favoritos, perteneciente al parecer a uno de sus "amigos" no queda lejos, solo un par de manzanas. Además, este es un barrio bueno, en este barrio no pasan cosas de "barrios de pobres" como la escuché una vez decir. Debería salir de su mundo de cuento de hadas y oler la mierda. Pronto lo hará.
Me muevo rápidamente y en silencio hacía un callejón ante el cual, debida su ruta, debe pasar. Me lo está poniendo tan fácil que tengo que contenerme para no reirme.
Llego al callejón, aún soriente y me agacho tras los contenedores, esperando el momento.
El sonido de sus tacones en la acera me sirve de referencia, no tarda mucho. Espera, espera... ¡Ahora!
La pobre no cabe en si de la sorpresa cuando la agarro con un brazo de la cintura, mientras que con la mano libre le tapo la boca para que no grite mientras la arrastro al callejon. Intenta morderme, mal hecho. La arrojo con toda mi fuerza contra la pared, donde cae desmadejada.
Se levanta lentamente, con una leve sonrisa en la cara. Cree que he cometido un error a atacarla a ella, que no sé con qué me he metido. Me mira con una sonrisa socarrona, que yo correspondo con una de suficencia.
Se arroja contra mí con una velocidad increible, en su mano un cuchillo que no sé muy bien de dónde ha sacado. La hoja penetra profundamente en mi estomago, gimo del dolor y me encorvo, sangrando sobre el pavimento. Ella se relame.
Con un gruñido retiro el cuchillo de mi estómago, tirandolo a un lado. Ella me mira, desconcertada ahora. Con la misma sonrisa socarrona de antes levanto mi jersey, dejandola ver un abdomen intacto. Empieza a palidecer. Ahora entiende, demasiado tarde.
Intenta gritar, pero cuando el aire ha querido llegar a sus pulmones un zarpazo mio le ha arrancado gran parte de la garganta, casi la he decapitado. Su sangre me salpica y cierro la boca, no quiero que ni una gota de ese veneno entre en contacto con mi lengua, el resto se irá con una ducha.
Abre la boca, intentando decir algo, dejándome ver sus colmillos. Yo la dejo ver los mios, verme por primera vez. Ahora no me ignora y veo en sus ojos que desearía no haberlo hecho nunca.
Otro golpe, mucho más fuerte y la he partido por la mitad. Cae al suelo con un sonido húmedo que me desagrada. Otro golpe y su cabeza se separa de su cuerpo.
Me retiro unos pasos, viendo como se deshace lentamente en un montón de cenizas. Hay reconocer que son higiénicos a la hora de disponer de sus cuerpos. Cuando solo queda un montón de cenizas, cojo las mismas y los restos de su ropa y de la mia, ambas ensangrentadas y las echo en un cubo de basura. Las prend fuego, nunca se sabe, mejor ser paranoico que acabar mal.
Cuando ya me he asegurado de que no hay resto ni de mi ni de ella me sacudo enérgicamente, quitandome el polvo y la suciedad. Miro al cielo, es tarde. Debo volver a casa antes de que mamá se enfade, aunque ya se enfadará por haber echado a perder mi ropa de nuevo. La perspectiva de una bronca se hace pequeña en comparación con el hambre que tengo.
Me agacho sobre las cuatro patas y salgo corriendo del callejón. La gente solo verá un perro de color marrón correr por las calles.
Me llamo Hank, pero mis amigos, mis verdaderos amigos, me llaman "Acecha-calles", muy apropiado para un Ahroun de los Moradores del Cristal.
¿No os parece?
-------
Con este relato quedé cuarta en el Primer Concurso de Relatos Cortos del Abismo de Rol.
Con un suspiro vuelvo mi atención al portal de ese edificio, la pequeña entrada a una monstruosa torre de acero y cristal de setenta pisos. Sin querer mi mirada se alza de nuevo, en dirección al último piso, al ático donde sé que ella se está preparando para salir, una noche más.
Pero esta no es una noche más. Esta es la noche, lo sé. Esta noche terminarán dos semanas de ardua vigilancia, de seguirla sin que se percate de mi presencia, de memorizar sus gustos, sus hábitos, sus costumbres. Todo.
Puedo recordar con perfecta claridad el momento en que la vi por primera vez. Unos amigos habían logrado colarme en ese local de moda, el "Sharpless". Aún no sé cómo dejaron entrar en el local a un tipo ttan anodino como yo, completamente diferente a esos adonis musculosos, enormes, que parecen haber salido de un sueño femenino subido de tono.
Permitid que me presente, me llamo Hank. Un nombre, muy a mi pesar muy común, pero el que me puso mi padre al nacer. No era un hombre imaginativo, que le vamos a hacer. Tengo ventisiete años y trabajo en una librería, como dependiente. Un trabajo aburrido, que casa perfectamente con mi aspecto; pelo castaño, ojos marrones, delgaducho... como ya dije antes, anodino.
De seguro que ha sido esto lo que, tras dos semanas de seguirla, aún no haya reparado ni remotamente en mi. Soy uno más del montón mientras que ella es perfecta, lo que muchos llaman un mito erótico.
Esa noche en el "Sharpless" se hizo evidente cuando entró en el local, con aquel vestido negro que tan poco dejaba a la imaginación, esos ojos grises brillantes, su piel blanca y suave y esos labios rojos como la grana. Nada más verla me sentí atraido sin remedio, como todo varón, y alguna mujer, presente en el local.
Su atención se desviaba irremediablemente a los hombres más apuestos o, en su defecto, a los que exhibian mayores signos de riqueza. Me hice una idea clara de a qué jugaba con esos tipos.
Cuando pasó a mi lado sin siquiera mirarme, dejándome tan solo con el recuerdo de su olor, supe que tenía que hacer. Estaba decidido.
Asi que durante durante dos semanas la seguí, primero a los lugares que frecuentaba y después, con lo que yo creí una suerte increible, la seguí hasta aquí, su apartamento, su refugio, su santuario frente al mundo normal, que ella se negaba a rozar por considerarlo obviamente inferior. Para ella yo entraba en ese mundo, no merecedor de palabra alguna, siendo olvidado tan rápidamente como era visto.
Debo dejar de divagar, pues ahí sale. Perfectamente vestida, maquillada y peinada, una diosa entre meros mortales.
Una diosa a la que he pinchado las ruedas de su flamante deportivo.
Mira las ruedas, entre confundida y enfadada. En su cara puedo leer claramente que no concibe que algo asi pueda pasarla a ella. Su orgullo puede con ella.
Tal y como pensé, echa a andar. Uno de sus locales favoritos, perteneciente al parecer a uno de sus "amigos" no queda lejos, solo un par de manzanas. Además, este es un barrio bueno, en este barrio no pasan cosas de "barrios de pobres" como la escuché una vez decir. Debería salir de su mundo de cuento de hadas y oler la mierda. Pronto lo hará.
Me muevo rápidamente y en silencio hacía un callejón ante el cual, debida su ruta, debe pasar. Me lo está poniendo tan fácil que tengo que contenerme para no reirme.
Llego al callejón, aún soriente y me agacho tras los contenedores, esperando el momento.
El sonido de sus tacones en la acera me sirve de referencia, no tarda mucho. Espera, espera... ¡Ahora!
La pobre no cabe en si de la sorpresa cuando la agarro con un brazo de la cintura, mientras que con la mano libre le tapo la boca para que no grite mientras la arrastro al callejon. Intenta morderme, mal hecho. La arrojo con toda mi fuerza contra la pared, donde cae desmadejada.
Se levanta lentamente, con una leve sonrisa en la cara. Cree que he cometido un error a atacarla a ella, que no sé con qué me he metido. Me mira con una sonrisa socarrona, que yo correspondo con una de suficencia.
Se arroja contra mí con una velocidad increible, en su mano un cuchillo que no sé muy bien de dónde ha sacado. La hoja penetra profundamente en mi estomago, gimo del dolor y me encorvo, sangrando sobre el pavimento. Ella se relame.
Con un gruñido retiro el cuchillo de mi estómago, tirandolo a un lado. Ella me mira, desconcertada ahora. Con la misma sonrisa socarrona de antes levanto mi jersey, dejandola ver un abdomen intacto. Empieza a palidecer. Ahora entiende, demasiado tarde.
Intenta gritar, pero cuando el aire ha querido llegar a sus pulmones un zarpazo mio le ha arrancado gran parte de la garganta, casi la he decapitado. Su sangre me salpica y cierro la boca, no quiero que ni una gota de ese veneno entre en contacto con mi lengua, el resto se irá con una ducha.
Abre la boca, intentando decir algo, dejándome ver sus colmillos. Yo la dejo ver los mios, verme por primera vez. Ahora no me ignora y veo en sus ojos que desearía no haberlo hecho nunca.
Otro golpe, mucho más fuerte y la he partido por la mitad. Cae al suelo con un sonido húmedo que me desagrada. Otro golpe y su cabeza se separa de su cuerpo.
Me retiro unos pasos, viendo como se deshace lentamente en un montón de cenizas. Hay reconocer que son higiénicos a la hora de disponer de sus cuerpos. Cuando solo queda un montón de cenizas, cojo las mismas y los restos de su ropa y de la mia, ambas ensangrentadas y las echo en un cubo de basura. Las prend fuego, nunca se sabe, mejor ser paranoico que acabar mal.
Cuando ya me he asegurado de que no hay resto ni de mi ni de ella me sacudo enérgicamente, quitandome el polvo y la suciedad. Miro al cielo, es tarde. Debo volver a casa antes de que mamá se enfade, aunque ya se enfadará por haber echado a perder mi ropa de nuevo. La perspectiva de una bronca se hace pequeña en comparación con el hambre que tengo.
Me agacho sobre las cuatro patas y salgo corriendo del callejón. La gente solo verá un perro de color marrón correr por las calles.
Me llamo Hank, pero mis amigos, mis verdaderos amigos, me llaman "Acecha-calles", muy apropiado para un Ahroun de los Moradores del Cristal.
¿No os parece?
-------
Con este relato quedé cuarta en el Primer Concurso de Relatos Cortos del Abismo de Rol.
1 comentario:
A mi me habría molado más que no metieras el tema de los vampirosvslobos. Quiero decir, es cierto que sorprende, y eso es interesante en un relato, pero me habría resultado más impactante si fuera un relato real... tal vez simplemente sorprendiendo por otro lado.
No sé, es como quitarle cualquier reflexion al asunto, como ir llevando al lector a un momento cruel pero, como las noticias demuestran, humano y derepente deshacer esa idea para decir: la historia es solo un cuento de hadas y vampiros. Descoloca
De todas formas me gustó bastante y habría sido mi cuarta elección curiosamente.
Publicar un comentario