martes, 7 de septiembre de 2010

~ Guardianes de la Tierra Yerma ~


~ Yegvenia Camina-con-Selene ~


Yegvenia se metió en el agua lentamente, asistida por Moguse, que pisó unas piedras para evitar mojarse. El agua, fria, calmó las nauseas de la Theurge y alivió el peso de su hinchado abdomen. Miró al Ragabash que esquivaba el agua con una sonrisa cansada.

—Mamá Rata no te abandonará porque te mojes un poco, Moguse. Ni siquiera porque te bañes.

Moguse resopló, sujetando la mano de Yegvenia pero manteniendose lejos del agua.

—El agua limpia tu cuerpo, pero no tu alma, Theurge. Prefiero estar sucio por fuera y centrarme en mantener mi alma limpita y brillante.

Yegvenia sonrió, pícaramente, antes de dar un tirón brusco, que lanzó a Moguse de cabeza al agua. El Ragabash salió del rio, tosiendo y escupiendo agua, totalmente empapado.

—Te creerás muy graciosa —le gruñó a Yegvenia.

—Pues no, pero ha sido muy divertido.

Yegvenia movió sus piernas, sintiendo cómo el agua fria le aliviaba las piernas.

—Además, hay que dejar que los cachorros acaben de partirse los morros y se posicionen... aunque lo lamento por el joven Radek.

Moguse se encogió de hombros.

—Lo intentó y falló. Tendrá que dedicarse a hacer cosas menos... físicas.

—No todos pueden quedarse quietos, aunque les obliguen a ello —comentó Yegvenia, saliendo del arroyo.

—Ya puedes asegurarlo por ti misma, ¿verdad?

Yegvenia miró a Moguse, ceñuda.

—¿A qué te refieres?

Moguse señaló el estómago de Yegvenia.

—Me refiero a si el padre de tus pequeñuelos sabe que va a serlo...

Yegvenia palideció y se giró.

—No sé de qué me hablas.

—Me refiero a aquella noche que nos acercamos al pub y bebimos tanto... y al tipo con el que te fuiste en su coche a... —Moguse hizo un gesto obsceno— A eso me refiero.

Yegvenia se quedó en silencio, por lo que Moguse se acercó y continuó hablando.

—No te preocupes, rubia. Si hace falta un cabeza de turco puedes echarme las culpas a mi. Despues de todo, es algo que todos se esperarían de mi ignominiosa persona.

Yegvenia rió.

—Agradezco el ofrecimiento, pero... por Gaia, ¿tan mal gusto crees que tengo?

Ambos se echaron a reir.

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